LAS ECONOMÍAS PREINDUSTRIALES.
-Recursos y Población:
los límites del crecimiento.
LA
INVERSIÓN DE LOS EQUILIBRIOS MUDIAL E INTRAEUROPEO: 1500-1700
¿Europa subdesarrollada o Europa desarrollada?
No cabe duda de que desde la caída del Imperio romano hasta
comienzos del siglo XVIII Europa fue un área subdesarrollada respecto a los
principales centros de civilización de la época. Europa occidental era
declaradamente tierra de bárbaros. La
Europa de la época “tenía poco que ofrecer”
A partir del año 1000 Europa empezó a moverse y ganó
progresivamente terreno. No se pueden determinar con precisión las épocas en
que la balanza empezó primero a equilibrarse y después a inclinarse a favor de
Europa.
Respecto a los niveles económicos y tecnológicos de la
época, Europa occidental ya no era un área subdesarrollada, sino el área más
desarrollada de la época.
El galeón armado fue quizá la expresión más dramática de esa
superioridad tecnológico-económica.
Europa y sus relaciones con el resto del Mundo
La consecuencia más espectacular de la supremacía adquirida
por Europa en el terreno técnico fueron las exploraciones geográficas y la
subsiguiente expansión económica, militar y política de Europa. Entre el siglo
XI y el siglo XV Europa había mostrado una extraordinaria agresividad en el
plano económico, pero en el plano militar y político había quedado siempre a
merced de potenciales invasores.
En poco más de un siglo, portugueses y españoles primero,
holandeses e ingleses más adelante, sentarán las bases de la supremacía europea
a escala mundial. El galeón armado creado por la Europa atlántica en el
curso de los siglos XV y XVI fue el instrumento que hizo posible la expansión
europea.
Sobre todo la fulminante expansión ultramarina de Europa
tuvo consecuencias económicas vastísimas. Una de las consecuencias más
sorprendentes fue la del descubrimiento de yacimientos de plata en 1546. La
extracción del metal ganó eficacia gracias a la adopción del mercurio en el
proceso de producción. España disponía mercurio. Sin embargo, la fortuna
favoreció a España. En el año 1563, un español, gracias a las indicaciones de
un indio, descubrió una mina de la que los indios extraían la cinnabar pero que
los españoles extraerían mercurio.
La producción y el transporte del metal producido en América
hasta Europa exigió un esfuerzo organizativo muy importante que por desgracia
estuvo acompañado de aspectos inhumanos y de gran crueldad. Para garantizar la
mano de obra necesaria en las
Minas, a los poblados “indios” se les impuso la obligación
de proporcionar una determinada cantidad de trabajadores. El transporte del
metal producido se organizó en convoyes que se dirigían a Sevilla, ciudad donde
se concentró todo el comercio con América.
Durante más de un siglo, desde comienzos del XVI, las Flotas
de Indias españolas trajeron a Europa una impresionante masa de metal precioso.
A lo largo de toda la Edad Media hasta mediados del siglo XV, Europa
sufrió una grave carestía de metal que la asfixió obstaculizando en gran medida
su actividad comercial y, sobre todo, sus tráficos internacionales por la
ausencia de una adecuada masa de medios de intercambio y de pago. Las llegadas
de metal precioso a la España
del siglo XVI, representaron para Europa una gran novedad, casi calificaríamos
de revolucionaria, hasta el punto que los sistemas monetarios resultaron
literalmente perturbados.
Una parte del metal, fue trasladado a Europa como renta de la Corona, y con soberanos
como los españoles, obsesionados por la idea de la cruzada católica, esta parte
del tesoro se transformó inmediatamente en demanda efectiva de servicios
militares y de armas y vituallas.
Esta demanda, vino a coincidir con un aumento general de la
población europea durante todo el siglo XVI.
En tanto que la oferta era elástica, el aumento de la
demanda se tradujo en un aumento de la producción. Sin embargo, en la misma
medida en que algunos cuellos de botella del aparato productivo frenaron la
expansión de la producción, el aumento de la demanda se tradujo en un aumento de
los precios. El periodo 1500-1620
ha recibido la etiqueta de periodo “revolución de los
precios”.
Oro y plata eran aceptados en todo el mundo como medios de
pago en las transacciones internacionales. El aumento de la disponibilidad de
metal precioso significó aumento de la liquidez internacional, lo cual
favoreció el desarrollo de los intercambios.
Las exploraciones geográficas y la expansión ultramarina
enriquecieron a los europeos con conocimientos sobre nuevos e inusitados
productos. Los españoles no demostraron especial interés ni especial respeto
por las civilizaciones amerindias, pero se interesaron vivamente por la
farmacopea y por las prácticas terapéuticas locales.
También de América los europeos aprendieron a conocer y usar
el tabaco, el cacao, el tomate, el maíz y la patata, descubierta en 1538. La
introducción y difusión del cultivo del maíz y de la patata en Europa
contribuirán a partir del siglo XVIII a resolver el problema alimentario y a
eliminar las intermitentes carestías, influyendo, sobre el incremento de la
población europea. También llego el tabaco.
De América llegó también el cacao. Era un producto muy
amargo y por lo tanto no resultaba muy del gusto europeo. Los españoles no
tardaron en convertirlo en aceptable para paladares europeos al añadir a la
pasta de cacao azúcar, vainilla... El chocolate era y producto caro y su
consumo estuvo durante mucho tiempo restringido a los grupos aristocráticos o
esnobs.
Durante toda la Edad Media, Europa importó de Oriente
fundamentalmente especias y seda. Con la llegada de la edad Moderna, la lista
de las importaciones fundamentales se enriqueció con varias mercancías
destinadas a convertirse en objeto de gran consumo en Europa. Mencionado el
tabaco y el cacao, ahora debe añadirse el café, el té y la porcelana.
El origen del café como bebida está en el territorio etíope.
El té apareció en los mercados de Londres y de Ámsterdam
hacia 1650, pero no suscitó ningún entusiasmo.
Entre la aristocracia, la burguesía y los intelectuales el
uso del té, del café y del chocolate se vio facilitado porque a estos productos
se les atribuyeron notables propiedades medicinales.
Los europeos conocían el azúcar desde la más remota
antigüedad, pero siempre fue un bien muy
raro. Todavía en torno a 1500 el azúcar era una mercancía valiosa.
Sin embargo, no todo fueron dulzuras en la historia de la
producción del azúcar en América. El desarrollo de las grandes plantaciones
creó una fuerte demanda de esclavos y los europeos se dedicaron a adquirirlos
en las costas de África occidental a cambio de textiles, armas de fuego,
pólvora, alcoholes y cosas por el estilo. Fue una historia miserablemente
triste, una historia hecha de sangre y de dolor por una parte de crueldad e
ignominiosa venalidad por otra.
La afluencia de metales preciosos
y de productos exóticos son hechos que impresionan con facilidad la fantasía,
pero la expansión ultramarina de Europa tuvo consecuencias mucho más numerosas
y por lo menos igualmente importantes, sino más. Para facilitar la expansión se
puede distinguir consecuencias a) tecnológicas, b) económicas y c)
demográficas, aunque sea evidente que tales distinciones son sumamente
artificiosas.
las
innovaciones tecnológicas: La navegación oceánica era algo muy distinto de
la creación y la evolución de nuevos instrumentos y nuevas técnicas ya su vez
dependió de ello. Baste con citar la invención del cronómetro marítimo, y
los nuevos adelantos de la cartografía náutica, de la artillería naval, de las
construcciones navales y del uso de la vela. Obviamente estos hechos, aunque
sustancialmente técnicos, tuvieron también aspectos y consecuencias económicos:
la evolución de la artillería naval y de su uso favorecieron el desarrollo de
la industria metalúrgica, las innovaciones en las construcciones navales implicaron
progresos en la ocupación y en las inversiones en la industria del armamento.
El comercio
ultramarino entraño grandes riesgos y grandes pérdidas, pero sobre todo
beneficios muchos mayores. Innegable que Inglaterra pudo hacer lo que hizo en
la primera fase de la
Revolución industrial gracias a que la precedente expansión
comercial había permitido allí una notable (para esa época) acumulación de
riqueza.
En marcado
contraste con las consecuencias tecnológicas y económicas, las consecuencias
“demográficas” de la expansión ultramarina fueron completamente insignificantes
hasta el siglo XIX. Hasta el siglo XIX la expansión europea fue esencialmente
una aventura comercial.
Se ha
aludido antes al problema de la acumulación de capital considerada como condición
previa para el despegue industrial, y se ha dicho que la expansión comercial de
Inglaterra en los siglos XVI y XVII contribuyó ciertamente a la notable
acumulación de riqueza. Es fácil pero absurdo olvidar que no son los capitales
los que hacen a los hombres, sino los hombres los que hacen los capitales. Una
de las consecuencias económicas más significativas del desarrollo comercial de
los siglos XVI y XVII fue la acumulación de riqueza que permitió en algunos
países europeos. Pero una consecuencia aún más importante fue la formación de
un valioso y consistente “capital humano”, es decir, el desarrollo y la
difusión de una mentalidad, de un espíritu y de unas capacidades empresariales
entre capas más amplias de la población.
La Revolución Científica
El descubrimiento de nuevos
mundos y nuevos productos, la prueba de la esfericidad de la Tierra, la invención de la
imprenta, el perfeccionamiento de las armas de fuego, el desarrollo de las
construcciones navales y de la navegación, originaron una revolución cultural.
La física y en especial la
mecánica, en las que, por la propia naturaleza de su objetivo, la aplicación de
la lógica matemática estaba destinada a producir los mayores resultados,
hicieron progresos espectaculares, y la fascinación de tales progresos fue tan
grande que progresivamente empezó a predominar una concepción mecanicista del
Universo.
Formó parte
de estos avances una decidida tendencia a la medición cuantitativa: con otras
palabras, se hizo cada vez más común el tratar de dar una expresión
cuantitativa a los fenómenos que se querían describir.
La administración estatal en Francia e Inglaterra se
preocupó cada vez más por recoger datos y estadísticas sobre la población, la
navegación, el comercio exterior y los movimientos de metales preciosos. Si en
las publicaciones actuales de historia demográfica las estadísticas sobre la
población mundial en las distintas épocas comienzan siempre en 1650, la razón
ha de buscarse en que justamente a mediados del siglo XVII se empezaron a realizar
estimaciones de la población mundial de la época.
Usar
números no significa, en sí, ser científico ni preciso. Lo que importa no es
usar números, sino usarlos bien. Una de las características fundamentales de la Revolución científica
del siglo XVII fue justamente la de apartar la especulación humana de problemas
irresolubles y absurdos, como la distancia entre el infierno y la tierra o el
número de ángeles que cabían en la punta de un alfiler, y orientarla hacia
problemas que podían tener una respuesta. La Revolución científica
no consistió sólo en la adopción sistemática del método experimental, sino
también en la renovación radical de la problemática y en la adecuación de una
cosa otra.
La
estadística y la demografía modernas nacieron prácticamente entonces, y las
informaciones cuantitativas sobre la población, la producción, el comercio y la
moneda fueron haciéndose progresivamente más numerosas y fiables. En el Plano
tecnológico se aceleró el proceso de la experimentación para solucionar problemas
concretos de la economía y de la sociedad.
En la Edad Media, a causa de
una tradición cultural heredada de la antigüedad, ciencia y técnica habían
permanecido separadas y distintas.
No es un azar que el origen de la Revolución industrial
esté en la máquina de vapor y que el inventor de la máquina de vapor fuera uno
de estos fabricantes de instrumentos de precisión.
Hasta
finales del siglo XVIII las contribuciones de la “ciencia” a la “tecnología”
fueron absolutamente ocasionales y de escaso relieve.
La crisis de la
Madera
Durante siglos y siglos la madera
había representado el combustible por excelencia y el material básico para la
edificación, las construcciones navales y la fabricación de muebles y de la
mayor parte de los enseres y de las máquinas. A partir de los siglos XII y
XIII, sobre todo en el área mediterránea, la madera había empezado a escasera,
y en la construcción de edificios empezó a sustituirse cada vez más por ladrillo, piedra o mármol. En la
segunda mitad del XV la escasez de madera en ciertas zonas se agudizó cada vez
más.
En el curso del siglo XVI, el
aumento de la población, la expansión de la navegación oceánica y de las
construcciones navales, el desarrollo de la metalurgia y el consiguiente
aumento del consumo de carbón de leña para la fusión de los metales, provocaron
en Europa un rapidísimo aumento del consumo de madera.
Bosques y selvas desaparecieron literalmente, y en distintas
áreas se llegó a una auténtica crisis por falta de madera.
En el siglo XVII Italia entró en
un período secular de decadencia económica y la demanda de madera, tanto para
construcciones como para combustibles, se estancó. Pero en la Europa del norte, donde la
actividad económica se fue desarrollando de forma cada vez más intensa, el
precio de la madera siguió aumentando.
A partir de las primeras décadas
del siglo XVII el precio del carbón de leña creció rápidamente mientras que el
nivel general de los precios tendió a estabilizarse, lo cual evidencia la
creciente escasez relativa del combustible de origen vegetal. Los datos parecen
indicar que la crisis de la madera estalló con toda su gravedad hacia 1630.
En estos últimos años se ha
puesto de moda en Inglaterra negar que existiera una crisis de la madera en el
curso del siglo XVII. Y para probar citan continuamente la existencia de
bosques en los rincones más remotos del reino. Se olvidan que dado el elevado
coste del transporte del carbón de leña, lo que importaba era la deforestación
de las áreas industriales y de las próximas a ésta.
El papel que desempeñaba la madera en la economía de la
época como fuente de energía calorífica y como material para la construcción de
barcos, utensilios, máquinas y muebles, es obvio que la crisis habría podido
representar un peligroso estrangulamiento para aquéllas áreas de Europa que
estaban en fase de desarrollo.
-El ascenso de Europa,
1500-1800. El crecimiento de las economías atlánticas.
La inversión de los equilibrios económicos en el interior de
Europa: 1500-1700
El siglo XVI es el siglo de oro,
una especie de edad de oro, no sólo para España, que recibió de las minas
americanas buena cantidad de oro y sobre todo enormes cantidades de plata, sino
también para el resto de Europa. En cambio, el XVII es presentado con tonos
sombríos y se ha puesto hoy de moda escribir sobre la “crisis del siglo XVII”
Para Italia septentrional y
central, que era entonces una de las áreas más importantes de la economía
europea, la primera mitad del siglo XVI no fue una edad de oro, y ni siquiera
de plata o de bronce. Fue una edad de hierro y de fuego. La segunda mitad de
siglo tampoco fue una edad de oro para Francia ni para los Países Bajos
meridionales. Por otra parte, el siglo XVII fue todo lo contrario de una época
de depresión para Holanda, Inglaterra y Suecia. En el siglo XVI, Alemania vivió
una compleja mezcla de éxitos y desastres económicos. Entre 1524 y 1526 la
revuelta campesina causó muertes, sin contar los que fallecieron a causa de
epidemias y escasez causadas por la propia revolución. Además, la revolución
causó una destrucción masiva del capital físico. Alemania meridional,
experimentó una fase considerablemente prolongada de prosperidad durante la
primera mitad del siglo gracias a la actividad de sus comerciantes banqueros.
Sin embargo, a partir de 1550, también Alemania meridional se vio afectada por
la depresión y la decadencia. En Alemania del norte, Hamburgo fue la brillante
excepción dentro del panorama gracias al desarrollo de las fábricas de cerveza,
de los astilleros, de la actividad comercial en general y de la actividad
bancaria; Hamburgo fue un polo de prosperidad a lo largo de todo el siglo XVI.
Las informaciones que poseemos
sobre la evolución del comercio exterior francés son por completo inadecuadas.
Las relaciones comerciales con Inglaterra durante el siglo XVI fueron difíciles
y se vieron reducidas al mínimo. Hubo, en cambio, una notable expansión en el
comercio con España.
El siglo XVII fue en términos
generales de crisis para la economía europea. En efecto, el siglo XVII fue
nefasto para buena parte de Alemania, donde la guerra de los Treinta Años causó
daños y la ruina sobre vastos territorios. Fue un siglo nefato también para
Turquía y, también para España e Italia. Pero para Holanda, Inglaterra y
Suecia, el siglo XVII fue, salvo durante períodos breves, un siglo de éxitos y
de prosperidad.
Para Francia, la mayor parte del
siglo XVII no fue un período de prosperidad.
En el curso del XVI, gracias a la
afluencia de los tesoros americanos, España conoció un período de esplendor que
sirvió para mantener el área mediterránea en una posición de relieve. El centro
de gravedad de la economía europea se había desplazado hacia el mar del
Norte. (Figura 58 página 313)
La decadencia económica de España
España no existía aún a mediados
del siglo XV. Existía la
Península Ibérica, dividida en cuatro reinos: la Corona de Castilla, la Corona de Aragón, el Reino
de Portugal y el Reino de Navarra. La pobreza natural del país se acentuaba por
la calidad de su capital humano.
La afluencia masiva de oro y
plata de la Américas
y la expansión de la demanda efectiva en que se tradujo tal afluencia habría
podido estimular un notable desarrollo económico del país. Pero la España del siglo XVI puede
servir como ejemplo clásico para demostrar que la demanda es un elemento
necesario pero no en absoluto suficiente para conseguir el desarrollo.
España en su conjunto se
enriqueció notablemente en el curso del siglo XVI, y su peso en la economía
europea aumentó de forma espectacular, porque la plata y el oro eran medios
líquidos aceptados internacionalmente en pago de mercancías y servicios. El
fracaso de España se debió sobre todo a los cuellos de botella en el aparto
productivo.
El aumento de la demanda consiguió provocar cierto aumento
de la oferta. La producción textil creció y la construcción experimentó una
notable expansión en toda Espala. Pero precisamente a causa de los cuellos de
botella de que antes hablamos, el aumento de la oferta estuvo muy lejos de
corresponder al frenético aumento de la demanda. Por consiguiente los precios
subieron y gran parte de la demanda versó sobre productos y servicios
extranjeros.
Cuando
predominó el proteccionismo, se impuso el contrabando, dando al traste con los
esfuerzos de la administración: los exportadores pronto se vieron obligados a
recurrir a productores extranjeros, a los que prestaban su nombre para poder
eludir la ley que prohibía a las colonias todo tráfico con quienes no fueran
españoles.
A través de
las importaciones, tanto legales como de contrabando, la demanda efectiva
española alimentada por el metal americano acabó por estimular el desarrollo
económico de Holanda, Inglaterra y otros países europeos.
Además,
empantanada en guerras sin fin, la administración española gastaba los ingresos
fiscales y los tesoros de las Indias antes aún de recaudarlos.
En el curso
del siglo XVII la afluencia de metal preciosos de América disminuyó
drásticamente, posiblemente por tres razones básicas: 1) una posible pero
dudosa disminución de la producción minera en las colonias americanas; 2) el
hecho de que las colonias se hacían cada vez más independientes en lo
económico, produciendo in loco cuanto primero tenían que importar de la
madre patria; a esta tendencia hacia la autonomía económica de las colonias
contribuyó grandemente la presión militar holandesa, que obligó a las colonias
a preparar in loco los necesarios medios de defensa; 3) lo más
importante de todo ello fue, sin embargo, el éxito de los contrabandistas
holandeses, franceses e ingleses, que lograron desviar hacia sus respectivos
países una cuota cada vez mayor de los tesoros procedentes de América dejando
fuera a España. La principal fuente del eufórico bienestar español acabó, pues,
secándose. La España
del siglo XVII careció de empresarios y artesanos, pero tuvo sobreabundancia de
burócratas, curas y poetas. Y el país se hundió en una trágica decadencia.
La decadencia económica de Italia
El problema de la decadencia
económica de Italia es más complejo que el da la decadencia española. A partir
del siglo XIV el declinar de la organización municipal y la instauración de las
Señorías habían entrañado un decisivo deterioro de la vida social; las masas se
sintieron cada vez más ajenas a la administración pública y las
discriminaciones sociales empezaron a favorecer cada vez más las adhesiones
políticas y la tradición familiar en lugar de iniciativa y el mérito. Las
actividades artesanas mercantiles habían empezado a ser consideradas como
ocupaciones vulgares que relegaban a quien las ejercía a las capas más bajas de
la sociedad. Ésta era la rosada situación a finales del siglo XV. Entre 1494 y
1538, Italia se convirtió en campo de batalla de un conflicto internacional que
implicó a españoles, franceses y alemanes. Con la guerra llegaron las
carestías, las epidemias, las destrucciones de capital y la interrupción de los
tráficos.
Con la
mitad del siglo volvió por fin la paz. Las previsiones de que “miseria y ruinas
no se podrán restaurar en poco espacio de tiempo” resultaron equivocadas. Una
tradición plurisecular de laboriosidad e iniciativa había creado en el país un
capital humano de considerable potencialidad. La recuperación fue rápida.
La
reconstrucción fue reconstrucción de viejas estructuras y la recuperación se
produjo según directrices tradicionales. La organización corporativista se
reforzó; el número de las corporaciones artesanas, creció en desmesura,
causando una peligrosa rigidez en la estructura productiva del país. Estos
elementos pesaron negativamente sobre la competitividad de las manufacturas y
de los servicios italianos en los mercados internacionales, y desgraciadamente
no era aquél el momento en que Italia podía permitirse el lujo de perder en el
grado de competitividad.
La
prosperidad de Italia, pobre en materias primas, dependía tradicionalmente de
su capacidad para exportar un alto porcentaje de las manufacturas y los
servicios producidos.
Las
importaciones de metal precioso de América entraron en una larga fase de rápido
declive y España inició su penosa decadencia. En Europa central estalló en 1618
la desastrosa guerra de los Treinta Años, que acarreó lutos y miserias
inacabables y devastó grandes áreas del territorio germánico.
El
hundimiento combinado del mercado español, del alemán y del turco, y la
contracción en la liquidez internacional, tuvieron repercusiones inmediatas en
la escena económica internacional. Ya no había lugar para los productores
marginales, e Italia era en ese momento un productor marginal.
Los
productos italianos no sólo fueron eliminados de los mercados extranjeros, sino
también de los propios mercados de la península. La pérdida combinada de
mercados exteriores y mercado interno provocó un drástico hundimiento de la
producción y fenómenos masivos de desinversión en los sectores manufactureros y
de servicios.
La razón
fundamental de que los productos y los servicios italianos se vieran
suplantados por los extranjeros fuera de Italia fue siempre y fundamentalmente
la misma: las manufacturas y servicios ingleses, holandeses y franceses se
ofrecían a precios más bajos.
Pero, ¿cuál era el origen de esta
disparidad de precios?
Los productos italianos eran en general de mejor calidad.
Las manufacturas italianas, en parte por orgulloso tradicionalismo, pero sobre
todo porque estaban condicionadas por las reglamentaciones corporativas,
insistieron en producir con métodos anticuados artículos excelentes, aunque ya
pasados de moda. En el terreno de los textiles, por ejemplo, los ingleses y los
holandeses invadieron el mercado internacional con productos más ligeros, menos
resistentes y de colores más vivos. Sin duda era una mercancía de peor calidad
que la italiana, pero costaba mucho menos y gustaba más.
Los productos italianos eran más caros, no sólo porque
fueran de mejor calidad, sino también porque los costes de producción –en
paridad de otras condiciones- eran más elevado en Italia que en Alemania,
Inglaterra y Francia. Esto dependió esencialmente de tres circunstancias:
a)
el excesivo control de los gremios obligó a los
manufactureros italianos a continuar con métodos de producción y de
organización empresarial superados por los tiempos.
b)
La presión fiscal en los Estados italianos
parece haber sido demasiado alta y mal organizada;
c)
El costo del trabajo parece haber sido demasiado
alto en Italia respecto a los niveles salariales de los países competidores. En
el curso de la “Revolución de los precios” del siglo XVI, los salarios
nominales de más allá de los Alpes no consiguieron mantenerse a la par de los
precios de los productos de mayor consumo. En Italia los salarios reales no
sufrieron sustanciales deterioros durante el siglo XVI. Todo hace pensar que a
comienzos del XVII los salarios italianos estaban desfasados respecto a los
salarios predominantes en otros países europeos. Si estos niveles de salarios
más elevados hubieran estado compensados por una alta productividad, Italia no
habría perdido competitividad.
Las consecuencias de todas estas
circunstancias sobre la economía italiana fueron:
a)
una drástica reducción de las exportaciones, que
se prolongó durante decenios, agravándose cada vez más
b)
un prolongado proceso de desinversiones
manufactureras, navieras y bancarias
c)
la tendencia de las manufacturas a desplazarse
de los grandes centros urbanos a los pequeños centros rurales y semirrurales.
Este último fenómeno era a su vez consecuencia de las circunstancias
siguientes:
a.
el costo del trabajo era menos elevado en los
centros pequeños que en los grandes
b.
en los centro menores y en el campo era más
fácil eludir la vigilancia de los órganos fiscales.
c.
En esos mismos centros menores era más fácil
escapar a los restrictivos controles de los gremios.
En 1630-1631 la
Italia centroseptentrional fue devastada por la peste.
Además, la recuperación demográfica después de la peste fue bastante rápida.
Pero en torno a 1700 Italia ya no tenía sus manufacturas ni su organización
bancaria y naviera.
A finales del siglo XVII Italia importaba en amplia escala
manufacturas de Inglaterra, Francia y Holanda. Exportaba ahora
predominantemente sólo materias primas o semielaboradas: aceite, trigo, vino,
lana y sobre todo seda.
Italia había iniciado su carrera de país subdesarrollado de
Europa.
El “Milagro” Holandés
Los Países Bajos se distinguen en
Países Bajos meridionales y Países septentrionales... A mediados del siglo XVI
los Países Bajos meridionales comprendían los condados de Flandes, Namur, Henao
y Artois, los ducados de Brabante, Luxemburgo y Linburgo, el señorío de Mechlin
y los obispados de Lieja y Cambrai. De los Países Bajos del norte formaban
parte las provincias de Holanda, Zelanda, Frisia, Utrecht, Groninga,
Gerderland, Drenthe y Overyssel.
En el curso
de los siglos XI-XV los Países Bajos meridionales protagonizaron un desarrollo
económico y civil excepcional para aquellos tiempos. De hecho los Países Bajos
meridionales fueron uno de los mayores polos de desarrollo de Europa.
En los Países Bajos septentrionales el desarrollo fue más
lento, mucho menos brillante. Pero lo hubo y fue consistente. Se basó en
especial en las actividades agrícolas y ganaderas y en otros dos sectores,
ligados ambos con la marinería, o sea la pesca y el comercio con los
territorios, del mar Báltico.
El
intercambio con el Báltico consistía sobre todo en una primera época en
mercancías poco voluminosas y de elevado valor unitario, como sal, pescado y
vinos del oeste hacia el este, y pieles, cera y potasa desde el este hacia el
oeste.
En el curso
del siglo XIV las técnicas de construcción naval y de navegación mejoraron
sensiblemente y ello hizo factible la circunnavegación de la península de
Jutlandia como hecho normal. Evitando así los costosos transbordos de Hamburgo
y Lübeck y efectuando todo el trayecto por mar resultó económicamente viable
transportar desde los Países del Báltico oriental mercancías voluminosas y no
muy caras, como lino, cáñamo y sobre todo madera y cereales. Estas mercancías
terminarán representado el grueso del comercio desde el Báltico al mar del
Norte. Como los barcos que circunnavegaban la península de Jutlandia se veían
obligados a transitar por el estrecho de
Sund, tuvieron que someterse a pagar aranceles. En esta época, por lo demás, la
economía de los Países Bajos septentrionales había alcanzado un alto grado de
diferenciación.
Al fondo de
una evolucionada actividad comercial y manufacturera estaba también una
agricultura que, gracias a una tradición con muchos siglos a sus espaldas, se
contaba entre las más evolucionadas de la época. Era un país con sólidas bases
económicas de notable potencialidad.
Los holandeses quedaron dueños de los mares y la ruina de
las provincias meridionales les ofreció la oportunidad de penetrar
comercialmente en los mares de Sur y en los océanos. No sólo se aprovecharon de
ello, sino que pusieron mucho de su parte para ayudar a los acontecimientos:
como los Países Bajos meridionales habían vuelto a caer bajo la dominación
española y persistía la guerra, los holandeses aprovecharon para bloquear los
puertos meridionales y retrasar más su recuperación.
Fue un
triunfo político, militar y económico.
El país que se sublevó contra España y luchó durante
cuarenta años contra ella no era un país subdesarrollado, sino uno de los
países más civilizados y avanzados de la época.
El
perjuicio mayor que el fanatismo y la intolerancia española causaron a los
Países Bajos meridionales no fueron las destrucciones de riqueza y de capital
físico, por grandes que hayan sido. El perjuicio mayor que la intolerancia
causó entonces fue el de provocar la fuga de “capital humano”.
Involuntariamente España enriqueció a sus enemigos con el más valioso de los
capitales. Los fugitivos de las provincias meridionales “valones” se dirigieron
un poco a todas partes: Inglaterra, Alemania, Suecia, pero obviamente, sobre
todo a los Países Bajos septentrionales. Entre ellos había artesanos,
marineros, comerciantes, financieros, profesionales que aportaron al país de su
elección capacidades artesanales, conocimientos comerciales, espíritu de
empresa.
Los holandeses del siglo XVII eran el quinto elemento del
mundo. Se encontraban en todos los rincones de la tierra.
Los Países
Bajos septentrionales del XVII fueron grandes en la navegación y en la
actividad empresarial, en la pintura y en la especulación filosófica y la
observación científica. En Leiden, la producción anual de las manufacturas
laneras y también se estudiaba medicina.
La vida y la prosperidad de los Países Bajos septentrionales
en su edad de oro siguió dependiendo de la libertad de los mares y de la
eficacia de su flota, tanto mercantil como militar.
Conviene
dividir el comercio ultramarino holandés del siglo XVII en dos sectores
caracterizados por técnicas distintas, tanto de navegación como de negocios.
Por una parte, estaba el comercio a grandísima distancia con las Indias
orientales y occidentales. Por otra, estaba el comercio con el mar del Norte y
el Báltico. Este último, como ya dijimos, siguió siendo la rama primordial del
comercio ultramarino de Holanda.
Los daneses cobraban un peaje en el estrecho del Sund. La
agricultura holandesa llegó a ser una de las más adelantadas de Europa gracias
a avanzadas técnicas de canalización, irrigación y rotación de las cosechas.
Las cartas
y los mapas holandeses invadieron Europa, mientras que los astilleros
holandeses fueron meta de peregrinaciones de técnicos de todas las partes de
Europa, curiosos de aprender “el modo económico de los holandeses” de construir
barcos.
Todo
intento de explicar el éxito holandés en los diversos sectores de la
agricultura, el comercio y la industria resultaría incompleto si no tuviera
también en cuenta que los holandeses lograron romper el cuello de botella
representado por las limitaciones energéticas, explotando en gran escala dos
fuentes de energía inanimada, la turba y la energía del viento.
Los molinos de viento crecieron como hongos y se
convirtieron en una de las características más típicas del paisaje holandés.
“El modo
económico de los holandeses”: el rasgo fundamental que se encuentra en la
actividad económica holandesa de la época, sin importar qué sector comercial o
manufacturero se elija, es una obsesionante voluntad y capacidad de reducir los
costes de producción al mínimo. Los holandeses consiguieron vender en todo el
mundo a cualquiera porque vendían a precios competitivos, y sus precios era
competitivos porque sus costes de producción estaban más comprimidos que en
cualquier otro lugar, a pesar de que la mano de obra en Holanda estaba mucho
mejor remunerada que en otros sitios.
En el terreno de los transportes marítimos ahorraron en el
espacio reservado al alojamiento de los marineros y hasta en el armamento
defensivo de las naves, con tal de disminuir los costes operativos.
El desarrollo de Inglaterra
A finales del siglo XV Inglaterra
era un “país subdesarrollado”, y no sólo subdesarrollado con relación a los
estándares modernos de los países industrializados, sino también con relación a
los estándares de los países “desarrollados” de la época, como Italia, los
Países Bajos, Francia y el sur de Alemania.
Tanto desde el punto de vista
tecnológico como desde el económico Inglaterra se hallaba en una situación de
atraso respecto a la mayoría del continente.
Sin embargo, Inglaterra producía las mejores lanas de Europa
y a partir del siglo XIV había desarrollado una notable producción textil.
Lanas y paños de lana representaron el grueso de las exportaciones inglesas en
lo últimos siglos de la
Edad Media, y el aumento de la proporción de palos exportados
respecto a la lana bruta exportada puede tomarse como un indicio del incipiente
desarrollo manufacturero del país. En el siglo XIV Inglaterra pasó de la etapa
típica del país subdesarrollado que exporta sobre todo materia prima local a la
etapa más evolucionada de país que exporta, además de materia prima local,
también manufacturas locales basadas en esa materia prima.
A comienzos del siglo XVI, a causa de la guerra y de todos
los desastres que la siguieron, la producción italiana sufrió un drástico
colapso. Cuando los proveedores italianos ya no estuvieron en condiciones de
satisfacer las peticiones de los comerciantes alemanes, la demanda de éstos se
orientó a los paños de lana inglese disponibles en Amberes.
Se abrió así una época de oro para las exportaciones
inglesas, favorecida aún más entre 1522 y 1550.
En Inglaterra el sector de las manufacturas textiles fue
obviamente el primero en advertir los efectos del boom de las exportaciones.
Las exportaciones de shortcloths inglesas se triplicaron entre 1500 y 1550 y
que por consiguiente “terrenos laborables fueron convertidos en pastos, la
industria textil se difundió por el campo, las filas de los comerciantes se
engrosaron con nuevos miembros... hubo una elevación de los niveles de vida,
elevación que fue puesta de manifiesto por las leyes suntuarias”
La
Inglaterra de mediados del XVI era un país próspero,
dinámico, que se estaba alineando con los países más avanzados de la Europa de la época.
A mediados de siglo la exportación de las telas de lana tuvo
momentos difíciles. La recuperación de la industria textil italiana, el
estancamiento o la decadencia de las actividades de los comerciantes
algo-alemanes en los Países Bajos, la guerra en los Países Bajos meridionales,
la ruina de Amberes, la revaloración de la esterlina, todo contribuyó a poner
en apuros a los exportadores ingleses de paños de lana.
El “mal” fue efectivamente “remediado”; por otra parte,
sería un grave error generalizar demasiado el caso de la industria lanera. La
economía inglesa se estaba diferenciando y distintas clases de producciones
como el hierro, el plomo, las armas, el cristal, la seda o nuevos tipos de
paños de lana experimentaron un notable crecimiento en la segunda mitad del siglo
XVI.
El período 1550-1650 se caracterizó por el hecho de que
justamente entonces Inglaterra entró en una nueva fase de su desarrollo
económico; una fase en la que la lana y sus productos ya no tuvieron el papel
exclusivo que habían tenido en las fases precedentes.
Es obvio que el tránsito de un tipo de economía a otro fue
gradual. Pero a partir de mediados del XVI hubo nuevos sectores que empezaron a
expandirse rápidamente y a pesar cada vez más en la economía del país. Los
altos hornos ingleses producían hierro y plomo.
Para entender bien cuanto ocurrió en Inglaterra en la
segunda mitad del siglo XVI hay que tener en cuenta el desarrollo del comercio
de ultramar, la política económica del gobierno y la aportación de los
inmigrantes. Consideremos estos tres puntos separadamente.
Desde
mediados del siglo XVI, el comercio oceánico manifestó un extraordinario
desarrollo tanto en volumen como en valor. Este hecho tuvo su origen en el
descubrimiento de ricos yacimientos de plata en América. Hubo un excepcional
transporte del metal precioso desde América a Europa y después a Oriente, a
través del mar Báltico, y sobre todo a través del océano Pacífico
circunnavegando África. En sentido inverso se transportaron masas ingentes de
bienes muy valorados como las especias, la seda, la porcelana china, el oro y
el marfil africano. A partir de 1570 la piratería se convirtió en Inglaterra en
una actividad dominante.
El segundo
punto que conviene tener en cuenta para comprender el desarrollo económico
inglés en el período siguiente en la segunda mitad del siglo XVI fue la
política económica del gobierno. Dicha política fue fundamentalmente
mercantilista-proteccionista y dadas las circunstancias del lugar y del tiempo,
sus resultados deben calificarse de óptimos. En el sector del trabajo, la
corona se mostró favorable a la inmigración de fuerzas de trabajo y protegió a
los emigrantes de la hostilidad de los trabajadores ingleses que temían su
competencia. En el terreno comercial, se trabajó con impuestos a la importación
que afectaron salvajemente las importaciones de productos extranjeros.
Actas de Navegación. La primera Navigation ACT se impuso en
1651, dos años después de la ejecución de Carlos I. Con dicha legislación se
ordenaba que todas la importaciones inglesas debían embarcarse en naves
inglesas o del país exportador. Del mismo modo, todas las mercancías
procedentes de países extraeuropeos debían transportarse exclusivamente en
barcos ingleses. En 1660 con la nueva legislación, todo el tráfico costero
quedó reservado a las naves inglesas y, para ser consideradas inglesas, las
naves debían tener un capitán inglés y al menos tres cuartas partes de la
tripulación debían ser ingleses.
Entre 1652 y 1688, la consistencia de la marina mercantil
inglesa aumentó considerablemente y la industria de la construcción naval pasó
a ocupar el cuarto puesto después de la agricultura, la fabricación de paños de
lana y la actividad constructora.
El tercer
punto a considerar es la aportación de los emigrantes. Las persecuciones religiosas
y políticas en Francia y las devastaciones y persecuciones en los Países Bajos
meridionales, obra de los españoles, indujeron a numerosos individuos a
encontrar paz y tranquilidad en países más hospitalarios. El desarrollo de la
new drapery fue obra sobre todo de inmigrantes valones. El desarrollo de la
industria del vidrio, de la relojera y de la sedera fue obra sobre todo de
inmigrantes franceses.
La aportación de los inmigrantes al desarrollo inglés se
cite normalmente sólo de pasada y como episodio secundario. El que deban mucho
a los inmigrantes no quita mérito a los ingleses, los cuales acogieron a los
refugiados y supieron adoptar de ellos, y después perfeccionarlos, nuevas
técnicas y nuevos oficios. En efecto, dos rasgos de la sociedad inglesa de la
época impresionan con facilidad incluso al observador más superficial: una
extraordinaria capacidad receptiva en lo cultural y otra igualmente
extraordinaria capacidad de reaccionar con decisión ante las dificultades del
momento, extrayendo incluso de ellas ideas para nuevos avances y nuevas
ventajas.
En el sector de las exportaciones laneras se ha visto que
los inglese encontraron creciente competencia y dificultades a partir de
mediados de siglo. La artillería de la época era fundamentalmente de bronce e
Inglaterra carecía de cobre. Entre 1543 y 1545, ante la urgente necesidad, unos
cuantos técnicos ingleses, con ayuda de técnicos extranjeros, recurrieron a la
materia prima disponible localmente y pusieron en práctica nuevas técnicas para
la fundición de cañones de hierro. Los cañones de hierro eran mucho más baratos
que los de bronce y, aunque cualitativamente inferiores a éstos, sin embargo
era más que adecuados, sobre todo para el armamento de los barcos mercantes y
para la guerra de corso. Lo que inicialmente era una situación desventajosa
quedó convertida, en el transcurso de una generación, en una situación de
decidida ventaja.
Análogo
historia con el combustible. Inglaterra nunca fue un país especialmente
boscoso. El patrimonio de bosques que poseía se disipó rápidamente en el curso
del siglo XVI.
Desde mediados del siglo XVI, Inglaterra se convirtió en
productora y exportadora de cañones de hierro colado.
Inglaterra reaccionó ante este estrangulamiento de dos
maneras: por un lado potenciando la navegación y el comercio con los países
escandinavos, de donde se podía importar madera, y por otro recurriendo cada
vez más al combustible que existía en abundancia en las Islas Británicas, pero
que siempre había sido considerado con sospechosa desconfianza: el carbón. El
uso del carbón fósil ya era conocido en Londres a principios del siglo XIII y
es posible que incluso antes.
En el siglo XVII, sin embargo, enfrentados a la crisis de la
madera, los ingleses se vieron forzados a recurrir al carbón fósil. Además de
emplear cada vez más el carbón en lugar de la leña en la calefacción doméstica,
en el curso del siglo XVII los ingleses experimentaron con éxito el empleo del
carbón en diversos procesos manufactureros, como la desecación de la malta para
la cerveza, la producción de vidrio, el refinado del azúcar.
En 1738 un
viajero francés escribía que “el carbón es el alma de todas las manufacturas
inglesas”
Reaccionando ante graves dificultades, Inglaterra puso a
punto técnicas nuevas que le permitieron utilizar los recursos naturales
disponibles localmente en cantidad relativamente abundante. Al inclinarse por y
hierro y el carbón, Inglaterra se situó en la vía que llevaba directamente a la Revolución industrial.
Otro proceso que acercó aún más la economía inglesa a la Revolución industrial
fue el aumento de las dimensiones de las empresas y la simultánea concentración
de mano de obra y de capital en unidades técnicas de producción que
representaron los prototipos de las fábricas industriales.
Merece especial mención la industria de las construcciones
navales.
El comercio de los productos tropicales permitió también el
desarrollo de industrias enteramente nuevas, como fue el caso de las refinerías
de azúcar.
Los recursos internos que permitieron a los ingleses
desarrollar su comercio exterior fueron esencialmente:
1.
El capital humano en forma de marinos y de una
clase mercantil capaz y dispuesta a correr riesgos.
2.
El capital fijo en forma de barcos, cañones,
equipo portuario, etc.
3.
El capital circulante
4.
Un capital organizativo en forma de organización
crediticia, comercial y aseguradora.
Un gobierno profundamente sensible e inteligentemente
favorable a las aspiraciones de la clase mercantil.
te habras quedado agusto, nO? XD
ResponderEliminares un poco extenso la verdad pero poco a poco ire subiendo más :)
ResponderEliminar